Ana María Matute no es solo una de las
mejores y más fructíferas escritoras de la Generación de Medio Siglo, es la
autora de la eterna e incandescente infancia. Con el cabello inmaculado y los
recuerdos eméritos de su niñez, el interés de la escritora por la infancia
descansa sobre su estilo personal y cuidado, donde la belleza de tinte
melancólico y excéntrico da pie a sus mayores tesoros, sus historias. En Paraíso Inhabitado, su última novela, la
escritora otorga a sus lectores una nueva entrega de su particular universo
matutiano.
"Nací cuando mis padres ya no se querían". Así da comienzo Paraíso Inhabitado, una obra en la que Adri es la protagonista y la voz narrativa. El relato personal de sus recuerdos, siempre desde el eco de una vejez sabia que ha saboreado en la memoria cada una de las vivencias del pasado, dejará un final abierto apuntando hacia una nueva historia con su tía Eduarda y lejos, muy lejos, de su hogar. Sin embargo, antes de iniciar el viaje hacia 'Las Ruinas', una despedida con su yo más querido –su yo infantil–, nos brinda su particular visión y su forma de enfrentarse a lo que sucede a su alrededor, a menudo sucesos incomprensibles para una niña.
En un encuentro con la periodista Elena Hevia
en el año 2009, Matute reconoció que esta es la obra con más elementos
autobiográficos de toda su narrativa, pero que ella no es Adriana. "La casa es
parecida al piso que teníamos en Madrid, con su cuarto oscuro, la tata real,
Anastasia, es como la de la novela. Pero mis padres, no; mis padres se querían
a horrores", explicaba la autora.
Alojada en un pequeño cuarto en la parte
menos amable de una casa burguesa del Madrid de principios de siglo, Adri nos
presenta su yo más personal. Cristina y los hermanos gemelos, Jerónimo y Fabián,
ya habían dejado atrás los juegos infantiles. Isabel, la cocinera, y Tata María
le habían contado muchos cuentos de pequeña que alimentaban su imaginación, la
mayoría heredados de sus hermanos mayores. Así, el carácter solitario de la
protagonista la llevó a devorar libros desde bien temprano.
Entre palabras y alentada por los
protagonistas de sus cuentos, la pequeña Adriana fabricó un mundo propio. En
este mundo fantástico su vida empezaba por la noche, descalza y en camisón, en
el gran salón iluminado por los farolillos de la calle donde los muebles se
convertían en montañas, animales y cascadas; y donde lograba otorgar vida a los
objetos inanimados. Para dejar volar su imaginación solía esconderse debajo de
la mesa de la plancha o en cualquier lugar de la casa donde pudiera ovillarse y
atender a una conversación entre destellos, que poco a poco iba entendiendo
cada vez mejor.
Sin embargo, como en otros de sus libros, su
llegada al colegio supone uno de los mayores trastornos de su infancia. La niña
no consiguió congeniar con sus compañeras ni tampoco con sus profesoras. Así,
intuye que es distinta a los demás y llega a rumiar tanto la idea de ser una niña mala, que llega a la conclusión de que eso no es tan terrible. Adriana
se acostumbró de tal forma a los castigos que los usaba para imaginar y recrear
sus fantasías.
Por fin, en Paraíso Inhabitado Adri logrará encontrar a otro niño capaz de
entender su lenguaje. Con Gavrila –Gavi– compartirá su universo intangible para
el resto, su pasión por los libros y, al fin y al cabo, su verdadera infancia.
Fueron estos los años más felices de Adriana. "Sucedían con él –o entre él y
yo– cosas que jamás han vuelto a suceder en mi vida. Incluso volar", explica la
protagonista en la novela. La mayor tragedia de la trama llega cuando se
produce la amarga muerte del niño.
Una pérdida que quedó marcada en la
protagonista por un cambio físico y una expresión repetida casi como una
letanía en la noche en que Adri se esconde en el colegio esperando su regreso: "él volverá". El niño no volvió nunca y tampoco su infancia. Sin querer estaba
entrando en el apestoso mundo de los gigantes. En cambio, ella lo esperaría
siempre porque como le dijo su tía Eduarda en el viaje hacia 'Las Ruinas' que
pone fin a la historia "todo el mundo espera". Esta huída de todo culmina con
el inevitable estallido de la Guerra Civil en España.
Se aprecia de
este modo en la novela una deferencia por la situación que atraviesa el país en
ese momento, aunque siempre desde la visión de la niña. Las alusiones a la II
República e incluso a la Guerra Civil aparecen a través de acontecimientos más
o menos dramáticos en la vida de la protagonista, pero de ningún modo se trata
de una novela histórica, ni tampoco pretende serlo. Así, podríamos hablar de la
injusticia social como el tema secundario o el tema de fondo de la novela, un
tema que está muy en relación con toda la Generación de Medio Siglo, también
llamada Generación de los Niños Asombrados, cuya infancia estuvo salpicada por
la Contienda Civil.
La novela es toda una oda a la lectura, y
especialmente a los cuentos de hadas. Así, encontramos referencias a cuentos
infantiles como 'Peter Pan' y 'Alicia en el País de las Maravillas' que reflejan
una misma temática: la posibilidad de explorar un mundo de fantasía dentro de
nuestro propio mundo. Por su parte, la constante división entre el mundo adulto y el
mundo infantil estará presente desde el comienzo hasta el final. La defensa
insaciable de la infancia es, por tanto, una constante, así como la huella
indeleble de la inocencia infantil que inevitablemente se extinguirá con la
madurez.
Por último, es importante no olvidar la
dureza del enfrentamiento entre hermanos que Matute expone en la novela hasta
llegar al cainismo. En este sentido,
uno de los mayores traumas de la protagonista es tener que compartir cuarto con
su hermana mayor. Más lejos llega en el enfrentamiento entre sus dos hermanos
gemelos, al mostrar su lucha en bandos distintos durante la Guerra Civil.
En definitiva, un canto trágico al paso del
tiempo y a la infancia anhelada. Una infancia que Ana María Matute devuelve a
sus lectores a través de Paraíso
Inhabitado. Una delicia para todos los públicos en la que las palabras te deslizan por la historia como solo Matute sabe hacerlo.
Estilo formal
"Escribir sencillo es más difícil", declaró
la escritora. Y es que el lenguaje y la fuerza expresiva son los rasgos más
destacados de su estilo, los que aportan una gran uniformidad a su prosa desde
el comienzo al final de la novela. En ella, se puede apreciar un gusto por las
descripciones exhaustivas con una apuesta por los adjetivos y epítetos que la
llevan a detenerse en cada escena para crear una atmósfera única a través de
sus palabras.
Asimismo, el libro está cargado de recursos
literarios. Las metáforas, imágenes, símiles, personificaciones,
animalizaciones o cosificaciones, aparecen por sus páginas como recursos para
recrear ese universo infantil que la define. A través de las sinestesias, con
las combinaciones entre sentidos en las que los colores, los olores y los
sabores se conjugan con absoluta libertad, se consigue un lenguaje muy cercano
al de los cuentos de hadas y las narraciones orales. De tal forma que la
escritora logra con ellos acercarse al yo más íntimo de los personajes.
ESCRITO POR
Denise Aldonza
Redactora en activo. De pluma libre para decirte lo que debes oir, como lo debes oir: sin miramientos.
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