miércoles, 5 de febrero de 2014

Hay libros que ocupan estanterías de la misma forma que las hojas otoñales ocupan las aceras: sin pena ni gloria. Hay libros que dicen ser comedia pero no logran esbozar una sola sonrisa. Y después está la obra de John Kennedy Toole, 'La conjura de los necios', que pudiendo ser un drama, hace que la gente se gire en el autobús para mirarte debido a las sonoras carcajadas que, párrafo tras párrafo, no puedes contener. 

A simple vista, La Conjura no es más que las aventuras y desventuras de un personaje excéntrico donde los haya, Ignatius
Ignatius J. Reilly, protagonista de La conjura de los necios
 J. Reilly, vago, hipocondríaco, sucio, gordo, anacrónico, cruel, escritor de bajos vuelos, niño de mamá y maleducado que vive en Nueva Orleans y que, además de quejarse de la decadencia que sufre el mundo que le ha tocado vivir, pocas cosas más hace. Y no estoy hablando de un personaje entrañable, de esos que te tocan el corazón, me refiero a alguien capaz de decirles a sus estudiantes que "en bien del futuro de la humanidad, esperaba que todos fueran estériles". Es la clase de hombre que no te gustaría tener como marido, hermano, amigo o compañero de trabajo, y sin embargo, logra ganarse tu simpatía. Puede que sea por el hecho de que refleja una parte de todos nosotros, esa que no acaba de adaptarse al mundo, que lucha por decir que no encuentra su sitio, pero que tampoco lo busca. Y eso es lo que uno más admira de Ignatius, la valentía de hacer de su inadaptación su bandera, de no venderse por nada ni nadie, se seguir sus propios esquemas. Aunque las consecuencias de tal atrevimiento sean dolorosas para él, aunque maravillosamente graciosas para nosotros. 

Pero, más allá del libro, más allá de la forma de ver el mundo que logró plasmar su autor, está la historia que subyace, la de la vida de John Kennedy Toole que tantos paralelismos tiene con la de Ignatius y que terminó, en gran parte, debido a él. Toole creció en Nueva Orleans, a la sombra de Thelma Toole, una estricta madre que no le dejaba salir a jugar con los otros niños y que, debido a ello o a pesar de ello, fue un magnífico estudiante que se graduó en Lengua Inglesa en la Universidad de Columbia. Y se habría sacado el doctorado si no lo hubieran llamado a filas en 1961, por lo que tuvo que trasladarse a Puerto Rico. Pero quizá no fue un mal contratiempo porque fue precisamente allí cuando en 1963 escribió La Conjura. 

John Kennedy Toole, el autor
John volvió a Luisiana con la convicción de que había escrito su obra maestra, y con ese sentimiento de orgullo llevó su manuscrito a la editorial Simon & Schuster. Había depositado todas sus ilusiones en aquellas páginas así que, cuando su libro fue rechazado por falta de argumento y ser tratado como meros delirios sin historia lineal, Toole se hundió en una profunda depresión. La conjura de los necios ya no era más que un montón de hojas metidas en una caja que coronaban un triste armario, del mismo modo que John ya no era más que un pobre alcohólico que arrastraba los pies de un sórdido bar del barrio francés a otro. Hasta que el 26 de marzo de 1969, sintiéndose un fracaso absoluto, conectó un extremo de la manguera del jardín al tubo de escape de su coche y el otro a la ventanilla del conductor, y decidió que no merecía la pena seguir viviendo. Y así, ese hombre que a tantas personas hace reír a pleno pulmón, jamás tuvo la oportunidad de ver como su libro, su obra maestra, ganaba el Premio Pulitzer de ficción en 1981

Con la salida del mundo de John se inicia la entrada en él de Ignatius. Después de la muerte de su hijo, Thelma Toole decide hacer de la publicación de su libro una cruzada personal y se sube a su coche con una copia del manuscrito en el asiento del copiloto. La carretera le llevó hasta la puerta del novelista Walter Percy, en 1972, insistiéndole, no sólo en persona sino también a través de múltiples llamadas de teléfono, para que lo leyera. Esa mujer estaba convencida de que el libro que tenía entre las manos era bueno pero, ¿hasta qué punto podía Percy confiar en la opinión de la madre de un autor que había cometido suicidio en parte debido al fracaso de su publicación? Receloso, el novelista comenzó a leer la obra, y a medida que avanzaba se veía cada vez más absorto en él. Cuanto más leía, más le gustaba, y comprobaba como , al hacerlo en público, hacía despertar las miradas de los extraños, que contemplaban como Percy se reía sólo con la vista puesta en las páginas. 

Walter Percy conectó con La conjura como millones de personas lo han hecho hasta ahora y 11 años después de la muerte de Toole, su libro consiguió publicarse con tal éxito que se tradujo a 22 idiomas y tuvo más de 30 ediciones. No sólo eso, John Kennedy Toole consiguió hacerse un hueco en la historia de la literatura moderna norteamericana, que es el que merecía cuando un no muy desencaminado escritor novel volvía a Nueva Orleans después de cumplir el servicio militar. 


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