lunes, 10 de febrero de 2014

Un disco homenaje a toda tu trayectoria profesional no podría tener otro nombre que no fuera este, El alpinista de los sueños, si se trata de soñar y alcanzar metas imposibles no hay nadie que llegue a hacerte sombra. Tal vez para los más exigentes, los melómanos de tu música, este disco no llegase a cubrir las expectativas esperadas. Pero sinceramente, no creo que el problema esté en los temas elegidos o las versiones hechas de ellos. Más bien el problema es nuestro: tú nos dejaste el listón muy alto y ahora todo nos parece poco.

Portada del disco 'El alpinista de los sueños'
Dos cervezas y un paquete de tabaco sobre la mesa de algún bar sin nombre, con paredes destartaladas y sin puertas en los baños, uno de esos antros ocultos en la inmensidad  de la ciudad, testigos presentes de nuestras fortunas y nuestras desdichas, de nuestros triunfos y nuestros fracasos. Siempre creí que si algún día nuestros caminos se cruzaban sería en un entorno similar a éste, donde la belleza se oculta tras los rostros de desconocidos, que comparte su vida a cada trago, esos bizarros compañeros que conoces hoy y que olvidarás mañana.

Pero el destino quiso que tú y yo nunca nos encontrásemos y un doce de mayo iniciaste un nuevo viaje, tu último viaje. Me gustaría haberte conocido y preguntarte por tantas cosas que leí sobre tu vida, oír tu voz hablándome de ese Madrid de los 80, ese nuevo mundo que despertó a una población aún atemorizada; hablar de esos gigantes que te hicieron más humano y aprender a enfrentarme a los míos; recordar a esas chicas que ayer amamos y que hoy se han ido; bucear por los recuerdos de los sitios en los que nos recreamos o revivir aquellos  momentos en los que simplemente, nos dejábamos llevar.

Antonio Vega. Grande entre los grandes.
Nunca nos conocimos, pero con el paso del tiempo te has convertido en un compañero de viaje. A través de tus letras enseñaste tu parte más vulnerable, dando voz a tus miedos, ubicándolos en los confines de la más estricta belleza. Aún recuerdo la primera vez que escuché una de tus canciones. Con cada acorde la empatía se incrementaba y de repente sentía ganas de más, de continuar sumergiéndome en los recuerdos poéticos de quien ha vivido más que yo, ese trovador urbano que impregnaba cada nota con una suerte de impronta haciéndote cómplice de cada secreto, de cada incógnita.

Desafortunadamente la vida tenía un duro revés preparado para tí. Según dicen quienes te conocían como el gran Rafael Narbona, la pérdida de Marga oscureció definitivamente tu mirada. Un oscuro gigante apagaría tu vela aquel doce de mayo. Pero en el fondo, para quienes crecimos con tu música, quienes aprendimos con tu historia que perdiendo también se gana, sigues aquí presente, en forma de palabras y de acordes que llenan espacios vacíos, ayudando a componer la banda sonora de nuestras vidas, esa que aún está en continua formación.

Antes mencionaba a Rafael Narbona. En su página web te dedicó unas palabras, palabras que nunca me canso de leer, palabras que siguen y siguen emocionando con cada lectura: "Ya no estás aquí, pero nos quedan tus palabras y tus silencios. Tus palabras son el resplandor violeta de una tarde entre encinas. Son una cometa blanca y un sol anaranjado. Son el mediodía que se disfraza de atardecer para que la melancolía no se enrede con el suicidio. Tus palabras son el jardín donde otros respiran. Tus palabras soy yo contemplando los viejos vinilos donde escuché tu voz por primera vez. Sé que me esperas en un océano de sol, dibujando círculos sin fin. El mundo conoce nuestra fragilidad, pero los dos hemos conocido un amor descomunal, que nos ha revelado la impotencia de la muerte para separar a los que echaron raíces en otro corazón y bebieron de su ternura". Como bien dice Narbona, ya no estás aquí, nos quedan tus palabras y tus silencios, sobre todo tus silencios






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